La historia con minúscula

¿Cómo surge este acercamiento que haces a la figura de Vasco Núñez de Balboa y a toda una época de tan marcados claroscuros? El libro es un encargo de la Fundación Mare Australe, que trabaja a caballo entre Panamá y España para conmemorar el quinto centenario del avistamiento del Mar del Sur. Dentro de una iniciativa llamada “Contramirada”, un grupo de creadores de acá y de allá hemos recorrido la misma ruta que siguió Balboa en 1513 con el objetivo de trasladar esa experiencia inspiradora a la fotografía, el teatro, la música, la literatura y, cómo no, el cómic.

Alzando la vista a tu obra comiquera en su conjunto, pareces tener la marcada querencia de centrarte en dar tu visión hacia conflictos –de personas, épocas– de lo más diversos... Cada autor tiene su propio estilo y su propio microuniverso, marcado por su personalidad e influencias. Mi pequeño mundo de viñetas gira en torno a la Historia y la Literatura. Utilizo los grandes escenarios de la vieja Europa para dar vida a pequeños personajes, para hablar de las historias con minúscula. Al final, todos los temas que toco son universales: la guerra, la religión, la diferencia de clases, el artista y su visión del mundo... Son temas que no pertenecen a una época o a un lugar, son inherentes al ser humano. Para mí quizá es más fácil –o más interesante– ubicarlos en paisajes lejanos.

Has aparcado el blanco y negro más grises, para volver a la cuatricromía y a un formato grande, al habitual álbum de la tradición francobelga... Esta historia demanda su forma de ser contada, su color y su tamaño. La aventura tropical de Balboa es un álbum francés, colorido y grande. Creo que El otro mar funciona bien en este registro, y dibujándolo he tenido la impresión de volver un poco al cómic épico de mi infancia, sin muchas pretensiones y disfrutando cada página. Alguien que lo ha leído me ha dicho que todavía no es ese cómic de piratas que me he prometido dibujar para darme el gusto, pero se acerca un poco.

En El otro mar se respira sofoco por acusadas pendientes, calor húmedo, trombas de agua... ¿Un clima y una naturaleza exigentes con las que tuvieron que lidiar aquellos hombres, no? Cada página de El otro mar está cubierta por una fina capa de color que intenta atemperar la atmósfera de cada escenario (un truco maravilloso que me enseñó Álvaro Ortiz). Lo peor de la selva del Darién es que un occidental no está preparado para adaptarse psicológicamente a un clima donde hace calor de día y de noche, la ropa mojada no se seca jamás y ni siquiera sumergirse de cabeza en un río parece aliviarte. Algo muy poderoso debió empujar a los hombres a atravesar aquella región, a veces no sabría decir qué.

¿De qué manera, aparte de las localizaciones, determinó tu viaje por la selva panameña en marzo de 2013 para dar forma a este trabajo que ahora ve la luz? Es un lujo para un autor pisar el escenario que va a dibujar después en su libro. Ése era, además, el auténtico sentido de este proyecto colectivo: cruzar las miradas, unir dos países, recorrer de nuevo aquella ruta hacia el Pacífico. Sin la etapa expedicionaria, la obra no tendría ningún sentido. Por no decir que la mayoría de las pequeñas anécdotas, las conversaciones y los paisajes que aparecen en el cómic son reales; hay más de mi viaje que del de Balboa en este libro, pero lo he disfrazado con morriones y alabardas.

“CORAJE, AMBICIÓN, POCOS ESCRÚPULOS Y UN CIERTO GRADO DE LOCURA”

Se describe a Núñez de Balboa como un personaje aguerrido, implacable, básicamente de una pieza, poco empático con sus coetáneos, tanto con sus hombres como con los pueblos precolombinos, más allá de meros medios para satisfacer sus apetencias de enriquecimiento, gloria y otras urgencias más inmediatas... Un cuadro que, por otra parte, se intuye nada demasiado distinto de lo habitual en su época. Igual que la selección natural adapta una especie animal en un entorno hostil, los conquistadores españoles que sobrevivieron y destacaron en aquel Nuevo Mundo sin duda poseían unas características especiales: coraje, ambición, pocos escrúpulos y un cierto grado de locura. Balboa, Pizarro o Cortés son hijos de su época, y como se ha dicho, es difícil amarlos, pero es inevitable admirar su aportación a la Historia. Demonizar la colonización española del XVI sería como decir que la romanización de Hispania fue un crimen contra la Humanidad. Todo es mucho más complejo en este mundo cambiante.

Por ejemplo, cuando, en un descanso nocturno durante la travesía, en la escena en la que el aventurero extremeño se refiere a esas huestes de “trovadores, retratistas, médicos frustrados, borrachos, ladrones (...) todos huyendo de algo” que conforman su ejército, “los más pobres de entre los pobres”, esa “clase de gente con la que se supone que hemos de construir un imperio”, dejas espacio a una extraña mezcla de emoción y de crítica. Esta parte de la historia siempre sucede así, no sólo en el caso español: los pioneros franceses del Canadá o los buscadores de oro del Far West eran el estrato más bajo de sociedades poderosas. Los individuos de la peor calaña toman la iniciativa en este tipo de acontecimientos, y sorprendentemente surgen nombres que se convierten casi en héroes clásicos. Nombres que quizás se hubieran perdido en el olvido de haberse quedado en el viejo y civilizado Occidente.

Aunque se muestra sin titubeos cómo los diferentes pueblos nativos son pasados a cuchillo, y se muestra la sistemática práctica de devastación de los habitantes que ya vivían en el continente americano por parte de la Corona española, huyes del retrato del “buen salvaje”... La naturaleza humana es idéntica en todas partes, y los pueblos más débiles que habitaban aquella región eran oprimidos y esclavizados por otros. Pero la llegada de Balboa rompió el frágil equilibrio de aquella sociedad primitiva, y supuso el exterminio casi total de los indígenas que habitaban el istmo de Panamá. Incluso para esto de colonizar hay clases y clases, y los historiadores dicen que Balboa fue un conquistador moderado (partidario de la diplomacia y la convivencia entre occidentales y nativos), mientras que Pedrarias, que llegó después, impuso la autoridad del rey a arcabuzazo limpio.

La imagen de la Iglesia en la figura de fray Andrés no queda demasiado malparada... No me he documentado lo suficiente para saber qué papel específico tuvo este fray Andrés, uno de los personajes reales de la historia (entonó aquella oración en la cima de la colina al divisar el Pacífico). Este fraile debió tener un perfil bajo en la expedición, pero es verdad que luego llegaron otros dominicos a la América española que fueron conciencia y voz de los indígenas sometidos. En fin, yo no soy católico, pero parece que –igual que hoy– la Iglesia es más Iglesia cuanto más lejos está del incienso metropolitano.

Uno ve de nuevo al puro Zapico, que se documenta con rigor, para luego hacer suyos a los personajes con un sorprendente desparpajo... Vuelven esos diálogos chispeantes de los actores principales de la trama, con lances que hacen esbozar al menos la sonrisa incluso en situaciones, pongamos que comprometidas... Esta pequeña historia es muy liviana comparada con la realidad histórica; tiene sus luces y sus sombras, pero la ruta de Balboa fue sin duda mucho menos amable. Cuando un pueblo llega a otro continente para borrar del mapa al que lo habita en ese momento (cosa que ha pasado mucho a lo largo de la Historia) se produce un cataclismo emocional. Pero incluso en medio de esa barbarie, la selva panameña, con sus escasas horas de luz, es un lugar donde uno acaba por tumbarse en alguna parte y pensar en cuál es su lugar en el mundo, o si merecía la pena todo esto.