Memorias de un héroe
El padre del dibujante Miguel gallardo (Lleida, 1955) fue un héroe. Pero no de los que salen en las películas, ni en las novelas baratas. “Su hazaña ha sido sobrevivir”, dice la viñeta en la que aparece Francisco Gallardo (1909 – 1997) un cielo plomizo sobre un grupo demacrado de refugiados, tras una alambrada de espino. La imagen es parte del prólogo de “Un largo silencio”, el cómic con el que el autor del reconocido “María y yo” (2008) cambió de rumbo su trayectoria, enterró la sátira de Makoki, el personaje que durante 20 años le había dado fama y gloria underground, y miró hacia otra parte.
Recuerda que le costó mucho encontrar cómo romper con la línea de la historieta y pasar a algo intermedio. La fórmula fue el género documental, trufado con textos e imágenes. Era el paso previo a una estructura que repetiría en “María y yo”.
“Un largo silencio” se publicó hace 15 años y murió sin hacer ruido, cuando la cara fea del testimonio no era lo habitual en los tebeos. “La Guerra Civil y la represión franquista no estaba de moda entonces y los lectores de cómic veían mucha letra y los lectores de novela veían dibujitos”, dice Gallardo para explicar el fracaso. Ahora, la editorial Astiberri recupera aquel libro con nuevas páginas y más documentación sobre su padre, el héroe anónimo.
“Me tocó vivir la guerra civil en el lado de los que nunca habían tenido ni tenían nada, y siendo yo uno de ellos, defendí la República hasta que se acabó la guerra civil entre los dos bandos que luchaban (unos para mantener sus privilegios y otros para tener derecho a vivir y que los bienes materiales se repartiesen de una manera más equitativa). Nunca he pertenecido a ningún partido político”, así arranca el testimonio de Francisco, con una primera persona tan cruda que repele los adjetivos.
El protagonista narra su vida, desde una infancia misérrima hasta que conoce a su esposa y madre de sus dos hijos. A los 17 años ya se había quedado huérfano, momento en el que se incorpora al ejército republicano para poder estudiar, donde llega a capitán. Tras la guerra se refugia en el campo francés de Argèles-Sur-Mer y vuelve a evitar la muerte en Buchenwald: “Me apunté a un batallón de trabajadores que estaba formado por 600 hombres, organizado con mandos de forma militar, en el que yo iba como capitán. Cuando estábamos a punto de salir para los Alpes, me lo pensé y decidí no marcharme con el batallón. Los mandos me pidieron que recapacitara. Les contesté que yo ya había hecho una guerra y que me marchaba a España, aunque al llegar allí me fusilaran”.
Aquella sombra sin voz en la que se convirtió Francisco recuperó la vida al rescatar su memoria con la muerte de Franco. “Mi padre estaba aterrorizado. Veía el cartel del “Che” en mi habitación y se ponía de los nervios. Vivía con miedo”, explica Gallardo. Empezó a tirar del hilo con la democracia y del silencio pasó a las batallitas: “Hasta que no empecé a escucharle, no me di cuenta de que era un héroe. Le habían pasado tantas cosas y había salido vivo de todas ellas”.
El autor reconoce que le tiene mucho cariño a este libro, porque, entre otras cosas, “habla de valores, algo de lo que hoy andamos bastante escasos”. Con resignación se pregunta: “¿Dónde puedes mirar para encontrar la ética? En Sampedro y Hessel. Mi padre tenía grandes referentes morales como el general Vicente Rojo”, asegura.
En 15 años han cambiado muchas cosas. Preguntarle a la memoria ya no es algo mal visto, incluso es un ejercicio que hay que mantener contra el revisionismo de los descendientes fieles al franquismo. Gallardo se queja de que hay dos generaciones que no tienen ni idea de lo que pasó entonces y que tampoco el Diccionario Biográfico Español de la RAH ayuda. “Ahora parece que Franco fue cojonudo”, exclama.
El blanco y negro desgarrador de Gallardo, con su dibujo expresionista, se combina con la voz del padre, que pasó a mano y a máquina sus recuerdos, en poco más de 30 folios. “Claro, seguí la estela de Spiegelman, que era mi ídolo. Lo estuve grabando como hizo él, pero no me sirvió de nada, porque lo escribió todo”. Pero Francisco no era escritor y Gallardo mantuvo el original tal cual, errores incluidos.
No corrigió nada. Ni siquiera pasó el testimonio a historieta. Habría sido su voz y la verosimilitud se habría resentido. Lo importante era mantener la primera persona, como quien desea demostrar que una guerra está hecha a base de pequeñas historias, a pesar de que se cuente desde los grandes personajes. En “Un largo silencio” Gallardo dramatiza esa vivencia. Coloca contrapuntos visuales a la voz de su padre con sus capítulos. Puntualiza el drama, como en los espléndidos capítulos “Aire” y “Morts, pauvres morts”.