Pasión por la comedia
¿Cuáles son las motivaciones que te han llevado a embarcarte en Memorias de un hombre en pijama?
Memorias... surge del encargo de colaborar en el diario Las Provincias. Nunca había trabajado en prensa más allá de ilustrar algún artículo o alguna portada para un suplemento cultural. La posibilidad de tener una página dominical todas las semanas me pareció muy tentador. Despertó mi lado más nostálgico de aficionado al cómic, cuando los grandes autores como Foster, Raymond o Caniff publicaban en los periódicos estadounidenses. Que el cómic vuelva a los periódicos a conectar de nuevo con todo tipo de público era una buena oportunidad para promocionar este medio y, por supuesto, mi trabajo.
¿De dónde surge la idea de ponerte con esta serie?
Le di muchas vueltas a qué hacer en esa página. Al final me decanté por el camino de lo cotidiano que conocía y en el que me sentía lo suficientemente cómodo como para trabajar en él todas las semanas durante un tiempo ilimitado. Hablar de las pequeñas cosas que me pasan y que son las mismas que le pasan a todos. Me gustan las series de prensa como Calvin y Hobbes, Mafalda... Niños que corren aventuras en muchas ocasiones en su casa. Ya que ese es mi entorno de trabajo, pensé en hacer algo así pero con un cuarentón.
¿Qué parte de autobiografía hay en ella?
Más de la que yo quisiera. La presión de que se me debía ocurrir algo cada semana me ha llevado a perder el pudor. Cualquier idea era buena aunque contase algo íntimo. Creo que nunca había hecho nada tan biográfico. En cierta forma me ha servido como terapia, he podido reflexionar sobre mi forma de ser.
Con la serie me planteé que todas las historias tenían que ser reales o bien que me hubiesen pasado a mí o a algún amigo o conocido. Por eso he tenido que ponerles nombre de horóscopo a alguno de los personajes. Esta premisa me ha impedido poder hacer gags divertidos pero inventados o muy exagerados. Aunque hay alguno intenté ceñirme mucho a la realidad. Si el lector piensa que lo que cuentas no es real, el humor sutil de lo real y cotidiano de la siguiente historia pierde totalmente la gracia.
“Morderme los chistes”
Aunque el humor aparece de manera más o menos evidente incluso en tus obras de tono más grave, Memorias de un hombre en pijama se trata con seguridad del tomo monográfico donde el gag, el apunte jocoso, está más presente. ¿Era una necesidad ese salto directo a la comedia?
Es cierto que el humor está presente en todas mis novelas gráficas, pero muy comedido dentro del tono serio de las historias. Tengo que "morderme los chistes" para no meter más humor en las historias. Así que hacer algo puramente de humor siempre me ha apetecido. Llevo muchos años haciendo una tertulia radiofónica de humor (o eso intentamos), he hecho sketch para televisión y siempre he querido hacer una comedia en cómic.
Se adivina que te sientes cómodo en ese registro...
Ya lo había probado con el Emotional World Tour, el diario que hice junto a Miguel Gallardo sobre nuestros "bolos" tebeísticos. Me gusta ese humor cotidiano, casi patético. También me divertí mucho haciendo la serie Como cagallón por acequia para la revista Humo. Me encanta la serie de televisión Seinfield e intenté hacer algo así. Memorias de un hombre en pijama es una especie de mezcla de ambas cosas. Para el tono de la serie intenté estar más cerca de la sonrisa que de la carcajada. Primero por ser más fácil, lógicamente; y segundo porque no quería que el chiste final me condicionase lo que quería contar. Pero en un año y medio que ha durado la serie ha habido inevitablemente de todo; gags, situaciones divertidas, reales, irreales y serias.
¿Te habías enfrentado con anterioridad a la obligación de una página de entrega semanal? ¿Se te ha hecho duro o fluido a la hora de encontrar los temas, pasarlos al papel y tener encima la espada de Damocles de tener que hacer la entrega?
Esa ha sido la parte más dura. Estoy acostumbrado al ritmo inmediato de la prensa o la publicidad pero siempre en el campo de la ilustración; hacer una página semanal; una historia, doce viñetas con dibujo y color, para mí ha sido muy exigente. Sobre todo, porque siempre tienes que compaginarlo con más cosas. Durante meses tuve que hacerlo al mismo tiempo que, por ejemplo, terminaba El invierno del dibujante. Fue estresante.
Con los meses, he llegado a ser rápido en la elaboración de la página. En un día consigo hacerla. Pero la idea me ha martirizado todos los días de la semana de todos estos meses. En las comidas, reuniones, por la calle... he tenido que estar atento a ver qué podía cazar para la siguiente entrega. He hecho guiones en tren, avión, taxi, en hoteles... En este tiempo he llegado a valorar una idea por pequeña o mala que sea como un tesoro. Me he apuntado ideas en el móvil, servilletas, en la mano... Ideas que apuntadas en su momento eran muy buenas pero que al leer después la nota escueta no entendía dónde estaba la gracia.
Sin censuras
¿Y esto del binomio censura/autocensura en la prensa, cómo lo has vivido? ¿O directamente no te has cortado a la hora de desarrollar tratamientos o temáticas?
Bueno… No había que olvidar que estaba publicando en la página dominical de un periódico con lo cual estaba llegando a todo tipo de público. Lógicamente no podía tratar por ejemplo el sexo explícito o algunos temas excesivamente sórdidos.
Por otro lado Las Provincias es un periódico conservador. Como en cualquier medio de comunicación de cualquier ideología hay unas normas no escritas de lo que se puede o no se puede decir en sus páginas. Intentar encontrar esos límites ha sido un reto para mí (risas). He hablado mal de la alcaldesa de Valencia, de Francisco Camps, de la Iglesia... Ha habido sexo y he criticado algunos valores de la familia. Y para mi frustración nunca me han censurado nada. En ese sentido, le estoy muy agradecido a Julián Quirós, el director del periódico. Lejos de meter mano en la serie, por el contrario cada vez colocó mejor la página dentro del suplemento cultural dominical.
Acostumbras a encargarte del diseño de cubierta de tus propias obras: ¿tenías algún planteamiento en mente para afrontar el de este nuevo cómic? El resultado, es justo reconocerlo, es de lo más atractivo...
Siempre suelo tener una idea de cómo debe ser la portada, en definitiva es lo que vende el libro en las librerías. Al final es una especie de resumen de lo que trata el álbum, debe captar por lo menos el tono de la historia. Con Memorias... tenía en mente los carteles de las películas románticas de los sesenta tipo Pijama para dos o comedias disparatadas como El guateque, de Blake Edwards. Esa estética desenfadada le iba bien al contenido. A partir de ahí trabajé en ella intentando hacer una ilustración más gráfica y menos de ambiente. Después ya ha sido trabajo de Manuel Bartual el pulirlo todo.
Da la sensación que has llegado a un cierto estadio de popularidad –presencia mediática, respeto de la crítica y favor del público– que hoy en día está todavía al alcance de un reducido número de autores españoles. No parece que ese… pongamos que estado de gracia, te condicione de alguna manera para crear tu siguiente obra, en el sentido de que no aprovechas el filón de haber dado con una fórmula temática y que tampoco parece producirte bloqueo alguno a la hora de enfrentarte a la página en blanco...
Para mí el cómic es la libertad de poder hacer en cada nuevo álbum lo que quieras. Creo que me costaría mucho hacer una serie sobre un mismo personaje. Hacer un álbum requiere mucho esfuerzo y en mi caso necesito una motivación y esa es la de que cada álbum sea un nuevo reto. Un nuevo tema, un enfoque diferente del guión, del dibujo, del color… Intento empezar cada álbum casi de cero, como si fuese mi primer álbum.
Lógicamente pesa la responsabilidad de no defraudar a los lectores que te van siguiendo. Te condiciona un poco cuando empiezas a trabajar en un nuevo proyecto, pero enseguida te relajas y te olvidas de todo eso. Cuando empiezo a trabajar ya sólo pienso en hacer una historia que a mí como lector me gustaría leer.